Volver

Jack Walsh

Jack, como le conocíamos todos, murió con escasos 52 años, verdaderamente malogrado, llorado como amigo, docente, investigador y, como escribió Alan Deyermond, «una destacada fuerza en los estudios hispanomedievales». Jack nació en New York City el 10 de agosto, el segundo de diez hijos de una familia de sangre irlandesa y se le reconocieron desde muy joven sus talentos excepcionales, sobresaliente como estudiante, enérgico como organizador de actividades, talentoso para la música (piano, órgano y trombón) y devoto como católico (era el más joven monaguillo de su iglesia con solo 6 años).

Su carrera académica floreció incentivada por los encomios de sus profesores de la University de Notre Dame (South Bend, Indiana), donde recibió su licenciatura en filosofía, continuó sus estudios un año en Madrid y después con un Master en Columbia University y siguieron hasta conseguir su doctorado en la University de Virginia con una disertación titulada «Loss of Arabisms in the Spanish Lexicon» (1967). De esta tesis, se nutrieron muchos de sus primeros artículos, entre ellos «supervivencia del ár. š-r-q y g-rb en el léxico peninsular», Al-Andalus 32 (1967 [1970]), 261-275, y su primer libro, El «Libro de los doze sabios» o «Tractado de la nobleza y lealtad» ca. 1237: estudio y edición (BRAE, Anejo 29, Madrid: RAE, 1975). Su preparación era como lingüista pero con el tiempo se metió de lleno en los estudios literarios, basados en sus profundos conocimientos tanto de la lingüística como de la codicología.

Los intereses de Walsh en los quince años de su ininterrumpida producción se centraron en la hagiografía, en el Libro de buen amor y en García Lorca, sin olvidarnos de otros admirables estudios, basados en pormenorizadas lecturas de manuscritos, sobre el mester de clerecía (sobre todo La vida de Santa Oria (1972, 1976-77, 1986, 1988) y la literatura sapiencial (su estudio sobre el Libro de los buenos proverbios de 1976). Su amigo y colaborador (y antiguo alumno) en varios de sus trabajos sobre la vida de los santos era Billy Bussell Thompson y sus estudios abarcaron La vida de Santa María Egipciaca de Paulo Diácono (1977), el Gran flos sanctorum (1986-87), Historia del virtuoso cavallero don Túngano (Toledo 1526) (1985), The Myth of the Magdalene in Early Spanish Literature, with an Edition of the «Vida de Santa María Madalena» in MS h-I-13 of the Escorial Library (1986) y La leyenda medieval de Santo Toribio y su «arca santa» con una edición del texto en el MS. 780 de la Biblioteca Nacional (1987). Así que fue totalmente natural que, cuando los editores de un homenaje eligieron el tema, optaron por los estudios hagiográficos.

El espacio no da para detallar todas las aportaciones que nos dejó pero mencionaremos sus importantes estudios sobre la épica y los motivos religiosos (1974), el combate final en el Poema de Mío Cid (1976-1977) y su ágil presentación de 'performance' en el Poema (1990-1991), las leyendas épicas francesas en la hagiografía española (1982), el perdido contexto y las parodias del Libro de buen amor (1979-1980) y sobre los nombres de Trotaconventos (1983), Celestina (1987), Lazarillo (con B. B. Thompson, de 1988), el elogio de Fernando el Católico en Juan del Encina (1989) y la imaginería de Tisbea (en Tirso, Vélez de Guevara y Lope, de 1988). Al fallecer, Jack tenía al menos ocho artículos publicados sobre aspectos de García Lorca (uno con su colaborador Thompson) y una docena más, sobre temas variados, pendiente de publicación. Jack llegó a publicar varias de sus sentidas traducciones de algunos de los mejores poemas de Lorca. Quiero dejar constancia de otro factor meritorio de sus estudios: Jack escribía con una limpieza mental y una transparencia expresiva que dotan su prosa con una apreciable claridad, siempre utilizando el léxico exacto para aumentar la comprensión y el placer del lector.

Después de doctorarse, Jack se quedó dos años como Instructor en Virginia, antes de acceder a uno de los pocos departamentos de excelencia en EEUU con varios medievalistas, la Universidad de California en Berkeley (1969), donde se quedó hasta el final de su vida. Allí compartió con Charles Faulhaber, Antonio Rodríguez-Moñino, Dorothy Clotelle Clarke, Jerry Craddock, Arthur L. F. Askins y James Monroe la enseñanza de historia de la lengua española y de las literaturas medievales. Era exigente e inspirador como docente, pero enormemente popular con los alumnos y con los doctorandos cuyas tesis doctorales dirigió: muchos han atribuido a sus clases tan geniales un cambio radical en la dirección de sus carreras como hispanistas.

Su natural sinceridad y humildad, su timidez, su generosidad, su sonrisa bonachona y su memoria casi fotográfica que le permitió retener una cantidad asombrosa de bibliografía, eran algunas de las destacadas características de una personalidad que ninguno de los que tuvimos el honor de conocerle podremos olvidar. Sus clases, sus tutorías y sus estudios fueron marcados todos por una combinación de ellas; sus métodos escrupulosos y su brillante exposición de los textos que explicaba son ya legendarios. Se afanó en una esmerada preparación de materiales para sus clases que generosamente compartió con otros colegas: recuerdo especialmente los que me facilitó la primera vez que ofrecí historia de la lengua en la década de los 80.

En también otra área del hispanomedievalismo norteamericano dejó su imborrable huella. Nació La Corónica en 1972 como un boletín informativo patrocinado por la sección de lengua y literatura medievales españolas de la Modern Language Association. Jack aceptó ser editor, después de John Lihani, Dana Nelson y Harvey Sharrer, en el bienio 1975-1977 (tomos 4 y 5, cada uno con dos números) y lo hizo crecer con cada número, haciendo mucho para internacionalizarlo como revista. En el último número, hubo ya seis artículos, cuatro notas, cinco informes de congresos, una bibliografía de estudios, otra de reseñas, una discografía, anuncios e informes de las actividades de numerosos hispanomedievalistas. Noto que, entre los artículos, Jack publicó la primera entrega de Alan Deyermond sobre la literatura perdida de la España medieval (1976) que creció por entregas hasta aparecer en Salamanca como libro (1995).

Cuando se supo de la enfermedad terminal que iba a extinguir su luz, se recogieron sin demorar once estudios de tema hagiográfico, una bibliografía sobre textos hagiográficos perdidos, cuatro ediciones de vidas de santos y un index sanctorum, editados junto con tres reminiscencias (de una hermana, una alumna y un colega hispanista) y un poema a Jack dedicado, por Jane Connolly, Alan Deyermond y Brian Dutton y publicado por la Hispanic Seminary of Medieval Studies de Madison, Wisconsin en 1990. En la Tabula Gratulatoria aparecen las firmas de nada menos que 282 personas e instituciones, evidente indicación del enorme respeto que Jack Walsh había adquirido en una carrera brillante pero demasiado breve. Poco antes de fallecer, Jack pudo ver pruebas del homenaje y, con sincera modestia, no podía creer que lo hubiera merecido. (La entrada bibliografía completa para los libros y estudios mencionados en estos recuerdos se encuentra en la biblioteca provisional incluido en el homenaje, pp. xx-xxv).

En fin, su luz brilló por sólo unos lustros: su profundo amor a España y su lenguaje, su literatura y su cultura fomentaron las pasiones hispanísticas de muchos seguidores y dejó una huella indeleble que ha marcado la vida y las obras de tantos amigos, estudiantes, colegas y estudiosos. Con estas palabras in memoriam para Jack Walsh quiero recordar, finalmente, que Jack era el primer estadounidense que fue elegido Miembro de Honor de esta Asociación Hispánica de Literatura Medieval.

Joseph T. Snow