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Eugenio Asensio

Eugenio Asensio nació en Murieta en 1902. Su carrera discurrió al margen del tráfago y las pleitesías que a menudo impone la vida universitaria. Desde su puesto de catedrático de instituto, ejerció de auténtico humanista, de erudito vocacional, al que guiaban, no las ambiciones de una carrera profesional, sino la curiosidad insaciable de quien no se conforma con lo que sabe y busca explicaciones para el mundo que le rodea. Es por eso que
su producción científica nunca fue primeriza. Sin las prisas de un currículo por hacer, se dedicó durante años a la paciente labor de lectura y a la recopilación primorosa de datos. Del mismo modo, calló con prudencia y sólo habló cuando tenía que hacerlo, cuando creía que sus palabras arrojaban luz a problemas antes irresueltos. Frente a la barahúnda bibliográfica que hoy nos anega, donde tanto entorpece la hojarasca, su actitud se erige, también por esto, en ejemplo para filólogos actuales y por venir.

Sus primeras aportaciones surgieron, pues, respaldadas por amplios conocimientos, sólidamente asentados, que habían comenzado con sus estudios de Filosofía y Letras en Madrid y que prosiguieron durante la etapa en que ejerció como ayudante de cátedra en Latín o durante su estancia en Berlín como estudiante de griego. Más tarde llegaría la cátedra de instituto, desde la que ejerció su magisterio, dentro y fuera de las aulas, hasta los años finales de su retiro portugués. Ávido de anchos horizontes intelectuales, la adquisición de varios idiomas le franqueó el acceso a extensos campos de conocimiento. Junto a las lenguas clásicas, dominó el griego moderno, las lenguas románicas, el inglés, el alemán o el ruso. Este último, sin ir más lejos, le brindó la posibilidad de acceder directamente a las teorías formalistas rusas, mientras que en Occidente estas se difundían con la intermediación de traducciones o estudios, como el de Victor Erlich.

Su primera empresa de envergadura, su tesis de doctorado sobre Quevedo, apuntaba ya a uno de los grandes centros de interés de su periplo investigador, el Siglo de Oro y los sistemas de pensamiento de aquella época, brillante y convulsa, clave para comprender el devenir de España, casi siempre problemático. Sin embargo, su producción crítica sólo comenzó a ver la luz traspasado ya el ecuador de su vida, en torno a los cincuenta años. Desde entonces se sucedieron sus aportaciones, primero en revistas y volúmenes colectivos; más adelante, en recopilaciones de sus propios trabajos, no pocas veces bajo la iniciativa de amigos y discípulos, que buscaban así el disfrute de su lectura y el enfoque comprehensivo con que a menudo estaban dotadas sus enseñanzas.

Una de estas recopilaciones resulta de gran interés para el estudio del medievalismo hispánico. Se trata de Poética y realidad en el cancionero peninsular de la Edad Media, que la editorial Gredos publicó, en 1970, en su irrepetible Biblioteca Románica Hispánica. En poco más de trescientas páginas, el profesor Asensio abordaba diversos aspectos de la poesía de corte y la incorporación en ella de elementos popularizantes, atendiendo sobre todo a la presencia de estructuras paralelísticas en las cantigas de amigo gallegoportuguesas, en la obra de Gil Vicente o en la lírica castellana. Pero también había hueco para exploraciones en torno al posible origen popular de la lírica románica, a través de las poesías del ciclo de mayo, las jarchas y las cantigas de amigo, o, en fin, para rastrear el influjo del discurso cortés occitano sobre el trovadorismo ibérico. El resultado era una visión de conjunto, dotada de sorprendente coherencia, cuyo propósito confeso era poner coto a los excesos de cierta crítica, tanto la que perpetuaba los mitos nacionales de inspiración romántica, como de aquella otra que, por reacción, exageraba la deuda de la poesía en vulgar para con los maestros occitanos.

Algunas de las líneas investigadoras diseñadas en Poética y realidad… se complementaban con las expuestas en otro florilegio de trabajos, que fueron reunidos en 1974 bajo el epígrafe común de Estudios portugueses y que publicó la Fundação Calouste Gulbenkian. El prologuista de dicho volumen, el profesor José Vitorino de Pina Martins, destacaba el respeto del profesor Asensio por los textos, a los que dejaba hablar sin que su voz se viese interferida por la del propio crítico, pero sólo tras una ardua labor de elaboración crítica, de cotejo de fuentes y modelos. Este rigor filológico se veía acompañado por la originalidad de sus propuestas y conclusiones, conseguida, en buena medida, a costa de reducir la vasta erudición que poseía a la categoría de elemento auxiliar.

Esos Estudios portugueses reflejaban, además, la amplitud de sus intereses y conocimientos: la relación entre lengua e imperio en la Edad Media y en el Humanismo ibéricos, el cancionero de Martin Codax, la formación de la leyenda de Inés de Castro, diversos aspectos del teatro vicentino, seguidos de otros abordajes al Renacimiento portugués, con calas en las obras de Bernardim Ribeiro, Camões, João de Castro o António Prestes. Así se esbozaba un fresco del diálogo cultural entre Portugal y España, en aquella época de florecimiento intelectual y glorias ultramarinas.

La compilación anterior refleja, asimismo, la importancia que el profesor Asensio concedía al Siglo de Oro, a cuya comprensión dedicó buena parte de sus más brillantes trabajos. Decisivas fueron, sin ir más lejos, sus pesquisas acerca del teatro áureo, sobre todo del género del entremés. Pero asimismo lo fueron sus investigaciones sobre la difusión por tierras hispanas de las ideas erasmistas, complementarias de las que desarrollara Marcel Bataillon y que respondían a la inquietud que siempre le suscitó el estudio de las corrientes espirituales. O, también, su acercamiento a la cuestión conversa, con el que enmendó las tesis de Américo Castro sobre el papel de las minorías judía y musulmana en la conformación histórica y cultural de España. En la misma línea habría que situar aquellos otros artículos, sobre a fray Luis de León, fray Cipriano de la Huerga, El Brocense, Luis Vives y tantos otros intelectuales de la época, que ejemplificaron el encuentro, a veces conflictivo, entre las ideas humanistas y el celo de las autoridades eclesiásticas. A estos problemas tampoco se sustrajo Quevedo, como bien mostró el profesor Asensio al abordar sus relaciones con la Inquisición. Pero de la obra de don Francisco destacan también aquellas otras contribuciones, en las que se revelaba el hondo caudal de conocimientos de la tradición clásica, de retórica y poética de este autor —condensados, por ejemplo, en la imagen del reloj de arena o en el cultivo de las silvas.

Eugenio Asensio murió en 1996, tras una larga y serena trayectoria de hombre de letras. Erudito, intelectual y pensador, su figura permanece como ejemplo preclaro de quien consiguió mantener la Filología en su condición primigenia de estudio de la cultura.

Santiago Gutiérrez