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José Fradejas Lebrero

El pasado 16 de diciembre de 2010 falleció en Madrid Don José Fradejas Lebrero, catedrático de literatura española, hombre honesto, noble, afable y generoso. Nació en la provincia de Zamora (Algodre, mayo, 1924), en esta ciudad cursó el bachillerato, en el Instituto de Enseñanza Media Claudio Moyano, y los estudios universitarios en Madrid. En la Universidad Complutense se licenció en Filología Románica (1947) y bajo la dirección del Dr. Joaquín de Entrambasaguas realizó su tesis doctoral, Literatura medieval cetrera, por la que se le otorgó la máxima calificación y premio extraordinario, trabajo que marcó, sin duda, sus preferencias por la literatura española medieval.

Comenzó su carrera profesional en 1948, como profesor ayudante en la Universidad Complutense de Madrid, y hasta 1989, año en que se jubiló, desempeñó una constante actividad docente e investigadora. Profesor de la Universidad Laboral de Sevilla, Catedrático numerario de Lengua y Literatura Españolas en los Institutos de Enseñanza Media de Ceuta, Talavera de la Reina y Madrid hasta 1976, cuando obtuvo la cátedra de Literatura Española en la Universidad de Sevilla. Ese mismo año pasó a ocupar la cátedra vacante de la Universidad de Valladolid, y desde 1981 hasta su jubilación la de la Universidad Nacional de Educación a Distancia de Madrid. A lo largo de su fructífera vida académica impartió además clases en los Cursos para Extranjeros de la Universidad Menéndez Pelayo y de la Universidad Complutense (1950-1958), y fue invitado como Profesor Visitante en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, y en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras (1977-1981). Su incansable actividad le llevó a impartir clases y seminarios, y a pronunciar conferencias en universidades e instituciones culturales, en ámbitos nacionales y extranjeros.

A su paso por todos los centros de enseñanza media y universitarios fue dejando su huella personal, no sólo porque siempre desempeñó en ellos puestos de dirección sino porque su ilusión contagiosa, su compromiso y dedicación le llevaron a implicarse más allá de la vida académica. Su generosidad sin límites será siempre reconocida y recordada por todos los que tuvimos la suerte de tenerle como maestro; siempre dispuesto a dar un consejo y a responder a quien le pidiera información, a prestar sus libros, a dar todo lo que guardaba en su envidiable memoria e incluso a compartir sus materiales y fichas de trabajo.

La investigación del Profesor Fradejas ha sido extensa en calidad y en cantidad. Algunos de sus alumnos recuerdan e incluso utilizan sus manuales de lengua y literatura, pero su verdadera pasión fue la investigación. Archivos y bibliotecas, historia y literatura se aunaban en la búsqueda del dato preciso de un autor, de su vida y de sus escritos; examinaba con minuciosidad cada línea de los textos y se preocupaba de la transmisión de la obra. Perseguía sin tregua las fuentes de un drama, de una novela, de un romance o de un simple cuentecillo, una canción popular o un chiste, lo que él llamaba «la cultura de boca en oreja» . Todo era en bien de la literatura y su historia.

Son numerosas las ediciones, los libros, las monografías, las biografías, y los cientos de artículos publicados en revistas nacionales e internacionales, impresas o en línea. La literatura medieval ocupa la mayor parte de sus escritos; ediciones y estudios sobre El Cid, el Cerco de Zamora, la Crónica de veinte reyes, El romancero morisco, el Sendebar: Libro de los engaños de las mujeres, las Obras doctrinales de Berceo, el Libro de la caza de las aves de don Pero López de Ayala, Los doce trabajos de Hércules de Enrique de Villena, el Teatro medieval o Los Evangelios Apócrifos en la literatura española. Pero su investigación literaria saltó las barreras de la Edad Media y estudió las obras místicas de Alonso de Toro y Luis de Granada; las biografías, los versos y las comedias de Lope de Vega, Calderón, Góngora, Quevedo, Leandro Fernández de Moratín o Hartzenbusch. Se ocupó de la literatura, de los autores y de los personajes relevantes de las ciudades en las que ejerció su magisterio, Ceuta y su literatura, Ceuta en la poesía popular, la Geografía literaria de la provincia de Madrid, León V de Armenia: (primero y único) Señor de Madrid, La Virgen de la Almudena, Narciso Serra, poeta y dramaturgo, La calle de Toledo, Narciso Serra (Mi calle)... Pero, sin duda, la narración breve y el cuento literario y folklórico fueron sin duda su pasión, sus temas predilectos; no había cuento que se le resistiera. Cuando nos comunicaba con entusiasmo el descubrimiento de un nuevo cuento, y le preguntábamos con asombro, «pero Don José, ¿otro?» Su respuesta siempre era la misma: «Yo me dedico al cuento, yo vivo del cuento». Era una confesión privada, pero sin duda un secreto a voces. El cuento y la novela corta en España, La novela corta del siglo XVI, Las «facecias» de Poggio Bracciolini en España, Media docena de cuentos de Lope de Vega, Sobre el andalucismo de los cuentos y chascarrillos de don Juan Valera, Algunas fábulas inéditas y otras no coleccionadas de don Juan Eugenio Hartzenbusch, Más de mil y un cuentos del Siglo de Oro, son sólo una pequeña muestra de los cientos de trabajos que dedicó a los miles de cuentos que conocía y retenía en el fichero de su memoria.

Enumerar sus méritos y premios ocuparía casi tanto espacio como su labor docente e investigadora. Fue miembro de número de varios Institutos de Estudios Locales: del Instituto de Estudios Madrileños desde 1953, y su presidente durante las últimas décadas (desde 1983); del Instituto «Florián de Ocampo» de Zamora (desde 1980) y del Instituto de Estudios Ceutíes, del que fue cofundador. Fue también miembro de la Real Academia de Alfonso X el Sabio de Murcia, miembro de Honor de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval y de otras asociaciones científicas. En 2003 recibió el Premio de las Artes y las Letras de Ceuta, ciudad que años antes le había otorgado el escudo de oro, ceitil que siempre lució con orgullo en la solapa de su chaqueta. Los Institutos de enseñanza media y universidades por las que pasó han premiado su labor con distintos homenajes, pero, sin duda, la mejor distinción y el más grato homenaje que puede recoger un maestro es el haber recibido de sus alumnos el reconocimiento agradecido por su magisterio y su cercanía humana.

Después de haber prolongado su carrera universitaria como catedrático emérito y ya jubilado, prosiguió su actividad de siempre, con la misma ilusión y empeño de sus años juveniles, impartiendo conferencias, asistiendo a congresos, juzgando tesis doctorales, resolviendo las dudas de todos los que nos acercábamos a él y acudiendo a las reuniones de las asociaciones científicas de las que era miembro. Seguía leyendo todo lo que caía en sus manos, investigando los fondos de archivos y bibliotecas, y sobre todo los de la Nacional. Puntualmente, a las 9.30 de la mañana, Don José ocupaba su mesa, junto a las ventanas, la número 14 de la Sala Cervantes. Malaquías, auxiliar de la sala, sabía muy bien que esa mesa estaba reservada la mayor parte de los días lectivos del año. La Biblioteca Nacional llegó a convertirse casi en su despacho, hasta el punto que una carta a él dirigida, y con esta dirección: «Biblioteca Nacional, mesa reservada, Paseo de Recoletos, Madrid», llegó sin ningún problema a su destinatario. En los últimos meses de su vida, aunque siempre fue fiel a su lapicero, terminó aceptando el ordenador como un reto más de los muchos que había superado en su vida.

En septiembre del pasado 2009 se sintió indispuesto, no pudo dictar la ponencia sobre «José Andrés de Li», que con tanta ilusión había preparado para el XIII Congreso Internacional que la Asociación Hispánica de Literatura Medieval celebraba en Valladolid, ni tampoco pudo recibir el homenaje que la Asociación había preparado para él en esa ocasión. Se recuperó y reanudó sus tareas, pero su corazón cansado dejó de latir meses después.

Siempre le recordaremos por su magisterio, por ser un trabajador incansable y disciplinado; un hombre distinguido, siempre con el atuendo adecuado, según las circunstancias lo requerían, con traje o americana de paño, corbata de seda o de lana inglesa y los zapatos bien bruñidos; serio y respetuoso, amigo de sus amigos y buen conversador; con gran sentido del humor, una ironía muy castellana y una sonrisa singular. Un hombre de bien, un hombre bueno. Don José, gracias por haberte cruzado en nuestro camino.

Mª Jesús Díez Garretas