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Gemma Avenoza

Sin anillos ni pulseras

Tras una pugna sin tregua contra el cáncer, el 22 de enero Gemma Avenoza falleció en Barcelona, donde vio la luz en 1959 y donde desarrolló la mayor parte de su trayectoria no solo profesional sino también personal. Un itinerario centrado en estudiar los libros —y, ante todo, su diseño, su formato, su difusión y su lectura—. En otras palabras, una travesía consagrada a ratificar que se erigen en las ventanas maravillosas por las que nos asomamos al mundo, tal cual María Moliner, también desaparecida un 22 de enero, los definió en su celebrado diccionario de 1966.

Gemma Avenoza ejerció como catedrática de Filología Románica en la Facultad de Filología y Comunicación de la Universidad de Barcelona. Accedió al cuerpo docente en 2019 después de iniciar en 1988 una singladura académica e investigadora que la convirtió, de entrada, en profesora asociada en la Universidad de Santiago de Compostela y, más adelante, en profesora titular en la de Barcelona. Sin embargo, desempeñó su labor en diversos escenarios, incluidos los globales. Por ejemplo, en la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, en el Centro Internacional de Investigación de la Lengua Española, en el Instituto de Investigación en Culturas Medievales y en las Universidades de California y Harvard.

En la Universidad de Barcelona, se licenció en Filología Hispánica en 1984 y se doctoró en Filología Románica en 1989. En este caso, lo logró con la tesis Repertori dels manuscrits en llengües romàniques conservats a biblioteques barcelonines. En ella, transmitió su afecto por las distintas esferas de la cultura románica medieval —y, en concreto, por su dimensión escrita y, en buena lógica, por sus códices—. Asimismo, esbozó unos cuantos de sus intereses posteriores, como las humanidades digitales, la codicología, los membra disiecta, los fragmentos, las fuentes literarias y las traducciones. Ambas cosas bajo la dirección del Dr. Vicenç Beltran, impulsor de numerosas iniciativas científicas en el espacio de la romanística en general —y del hispanismo y la catalanística en particular— desde 1972, amén de maestro de filólogos desde 1985.

Aunque agazapadas entre los formalismos inherentes a la prosa académica, la lectura de esta investigación permite entrever determinadas señas de su identidad. Para muestra, cabe recordar cuando alertó, con acierto, de que "nos falta el catálogo de catálogos que ponga al alcance del romanista toda la información posible sobre los manuscritos que le interesan"; cuando concedió, a continuación, que "son muchos los problemas que hacen que este proyecto sea utópico, casi imposible", y cuando se propuso, con arrojo, que "se sepa con absoluta certeza qué es lo que tenemos, de qué material disponen ahora —y aún— nuestras bibliotecas barcelonesas". Cabe hacerlo por cuanto facilita vislumbrar su capacidad para el examen preciso, su destreza para el diagnóstico ecuánime y su tesón para el resultado aplastante.

Porque su curiosidad, su dedicación y su entusiasmo no conocieron nunca límites. Lo atestigua su participación, si no su liderazgo, en la Bibliografía de Textos Catalanes Antiguos, en el boletín bibliográfico de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, en el Corpus Biblicum Catalanicum y en la Red del Libro Medieval Hispánico. También lo consiguen sus contribuciones en muchas de las principales publicaciones internacionales, como Bulletin of Hispanic Studies, eHumanista, Gutenberg Jahrbuch, Magnificat, Quaderni di Romanica Vulgaria, Revista de Filología Española y Romania. Sin duda, se debe decir lo mismo de sus trabajos Biblias castellanas medievales (2011) y "Codicología. Estudio material del libro medieval" (2019), convertidos en referencias indispensables de un legado intelectual cuya gestión deviene un encargo para la Dra. Lourdes Soriano, su más estrecha colaboradora.

Con miras a honrarla tal y como merece, se impone acabar anotando que, de verdad, estos empeños escolares no constituyeron sino la expresión de una descomunal generosidad —atuendo, a su vez, de una inmensa humanidad—. Nos animó siempre a todos en nuestros afanes, atendiéndonos y ayudándonos con un sincero cariño. Y, además, nos regaló hasta el final una lección de amor a los suyos —y, en especial, a su esposo Javier y a su hija Clara, a quienes profesó veneración—. Con razón, nos aconsejó manejar los manuscritos sin anillos ni pulseras, pues, a la postre, esta fue su divisa para caminar dulcemente la vida.

 

Pere Ignasi Poy

Profesor e investigador de la Universidad de Barcelona–IRCVM