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Robert B. Tate

Hay materias y campos de estudio que se benefician del saber y del trabajo, de la pasión y de la dedicación con que un investigador se consagra a esos asuntos. Tal es lo que ocurre con la labor desempeñada por el hispanista británico Robert B. Tate y desplegada, de modo preferente, en la literatura cuatrocentista peninsular. Hay un dominio concreto, el de la historiografía latina, que tiene que ser abordado necesariamente desde sus estudios y sus ediciones, y lo mismo ocurre con los acercamientos practicados a las figuras de Fernán Pérez de Guzmán y Fernando de Pulgar: hay un antes y un después en el conocimiento de estos letrados marcado por las sabias pesquisas realizadas por el profesor Tate.

Robert B. Tate nació en Belfast en 1921, en donde se licenció en Filología románica en la Queen's University en 1948; se trasladó al curso siguiente a Barcelona en donde completó su formación en el Institut d'Estudis Catalans bajo la dirección de Jordi Rubió i Balaguer. Fue profesor en diversas universidades inglesas, hasta que en 1958 obtuvo la cátedra de Lengua y Literatura Hispánicas de la Universidad de Nottingham, en la que permanecería toda su vida académica, hasta 1983, año en que se jubiló. En 1966 fue elegido miembro correspondiente de la sección Histórico-Arqueológica del I.E.C., en 1974 de la Real Academia de la Historia de Madrid, al igual que de la Reial Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona, en 1980 de la British Academy y en 2004 fue nombrado doctor honoris causa por la Universitat de Girona, institución a la que legó su fondo bibliográfico. Fue fundador y presidente de la Association of Hispanists of Great Britain and Ireland y miembro de la Asociación Internacional de Hispanistas; esta trayectora fue coronada con el nombramiento de miembro honorífico de nuestra AHLM.

Su iniciación en los estudios historiográficos lo inclinaron a interesarse por la figura y la obra del obispo gerundense Joan Margarit, autor al que dedicó su tesis doctoral, plasmada en diversas publicaciones con la monografía inicial de Joan Margarit i Pau, cardinal-bishop of Gerona: a biographical study (Manchester, Univ. Press, 1955), que fue galardonada con el premio Francesc Cambó del I.E.C. y después ampliada en El cardenal Joan Margarit, vida i obra (Barcelona, Curial, 1976). Constituyó esta obra el punto de partida de la atención constante que Tate dedicó a los historiadores latinos del siglo XV: Rodrigo Sánchez de Arévalo, Gonzalo García de Santa María y, en especial, Alfonso de Palencia; buena parte de esos estudios, desarrollados a lo largo de las dos décadas de 1950 a 1970, fue reunida después en una de las obras más importantes para el análisis del discurso historiográfico de este período: sus Ensayos sobre la historiografía peninsular del siglo XV (Madrid, Gredos, 1970); en la breve nota de presentación, lamentaba la escasa atención que se había prestado a estos autores y proclamaba su «esperanza de que alguna institución» se implicara en «la publicación de un Monumenta Hispanica» (p. 8). Él tenía en mente la serie de ediciones que Juan de Mata Carriazo había consagrado a las crónicas cuatrocentistas y, a falta de otros apoyos, él se aplicó con indesmayable esfuerzo a llevar a cabo esa labor, contando con la base de sus Estudios; en ellos analizaba la ideología cronística del canciller Ayala, descifraba la apología de la identidad castellana realizada por Alfonso de Cartagena, aclaraba la noción de homo hispanicus fijada por Sánchez de Arévalo, deslindaba los principios humanísticos del Paralipomenon de Margarit, valoraba los conocimientos adquiridos por Nebrija en Italia y asentaba los cimientos de la historiografía aragonesa al estudiar a Vagad y perfilar el modelo de biografía humanística con que Gonzalo García de Santa María registra la vida de Juan II de Aragón.

Tales son los mimbres con los que entreteje fundamentales ediciones de autores que, a pesar de ser canónicos, no habían merecido ser editados conforme a criterios de rigurosa filología, atendiendo al conjunto de la tradición manuscrita o impresa, a fin de contar con las variantes más importantes en la fijación del texto; así, en 1965 edita Generaciones y semblanzas de Fernán Pérez de Guzmán (Londres, Támesis) y en 1971, los Claros varones de Castilla de Fernando de Pulgar (Oxford, University Press), luego reeditados en 1985 en Madrid, Taurus; las nuevas aproximaciones ecdóticas que se han practicado a estos mismos textos han partido del trabajo del prof. Tate sin mejorarlo necesariamente, por lo que siguen siendo vigentes tanto los textos críticos ofrecidos como los estudios introductorios, llenos de ponderada erudición y de atinadas observaciones políticas y sociales, que posibilitan la reconstrucción de los ámbitos culturales en que se movían aquellos historiadores. De todos estos cronistas, destaca la figura de Alfonso de Palencia al que dedicó, con posterioridad a los Ensayos, numerosos estudios que cuajaron en dos importantes ediciones: la de las Epístolas latinas, en colaboración con Rafael Alemany Ferrer (Barcelona, Univ. Autónoma, 1982), y la que tiene que considerarse su obra maestra, elaborada ahora junto a Jeremy Lawrance: los dos tomos con la primera Década de los Gesta Hispaniensia de Alfonso de Palencia (Madrid, R.A.H., 1998 y 1999), enfrentando el texto crítico latino con una traducción que mejora en mucho la que realizara Paz y Melia en 1914; amén del amplio estudio y análisis de toda la producción de Palencia, cada uno de los diez libros de esta primera Década se cierra con un nutrido aparato de notas históricas y el conjunto se remata con uno de los índices de personajes históricos y de topónimos más útiles que pueda existir para poder moverse con seguridad por el laberinto histórico y político —tan mudable— de la segunda mitad del siglo XV. Suya fue también la edición del Directorio de príncipes (Exeter, University, 1977) que, a falta de datos mejores, presentó como texto anónimo cuando luego se demostró que constituía una sección del Espejo de corregidores de Ramírez de Villaescusa.

No sólo se interesó el profesor Tate por el siglo XV, ya que junto a Ian Macpherson preparó una encomiable edición del Libro de los estados de don Juan Manuel (Oxford, Clarendon Press, 1974), luego vuelta a publicar en Madrid, Castalia, 1991, acogiendo los diversos estudios y reseñas que la primera obra mereció; el prólogo contiene uno de los análisis más lúcidos de la conformación del pensamiento político del noble escritor.

Su legado bibliográfico se conserva hoy, como se ha dicho, en la Universitat de Girona, pero su mejor herencia —ese saber volcado en la historiografía y en la edición de textos— pertenece a todos aquellos que, interesados en las mismas cuestiones, cuentan con la seguridad y con el rigor de un trabajo modélico que permanecerá inalterable durante muchas generaciones.

Fernando Gómez Redondo