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Gerold Hilty

Gerold Hilty falleció  el 6 de diciembre de 2014, a los 87 años de edad, a causa de un paro cardíaco, a pocos pasos de su domicilio, mientras subía las escaleras de la estación de tren de su pueblo para ir a la presentación de un libro onomástico cuyo prefacio había redactado: con un pie en el estribo y, sin embargo, aun en plena actividad intelectual, el final de nuestro maestro resultó ser absolutamente consecuente con una vida como la suya, consagrada de manera incondicional a las letras.

Digno sucesor de Arnald Steiger –el fundador de los estudios hispánicos en la Universidad de Zúrich–, Gerold Hilty contribuyó decisivamente al afianzamiento de este nuevo campo científico desde que obtuvo la Cátedra de Lingüística Francesa y de Lenguas y Literaturas Iberorrománicas en 1959. Gracias a su buen hacer académico el número de cátedras dedicadas al estudio de las lenguas y literaturas hispánicas se triplicó. Porque Gerold Hilty aunó en su persona, y de forma magistral, investigación, docencia y política académica: además de Decano de la Facultad de 1976 a 1978, fue Rector de la Universidad de Zúrich de 1980 a 1982 y, siendo ya, profesor emérito, fue nombrado Rector de la Universidad de la Tercera Edad de Zúrich.

Durante casi 30 años Gerold Hilty dirigió la revista helvética Vox Romanica, fue presidente de varias asociaciones científicas internacionales, miembro de la Asociación Internacional de Hispanistas (AIH), de la Société Suisse d'Études Hispaniques (SSEH), de la Asociación de Historia de la Lengua Española (AHLE) y miembro de honor de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, con la cual se sentía particularmente vinculado, tanto por razones científicas como humanas. Asimismo era académico correspondiente de la Real Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona y miembro correspondiente de la Real Academia Española (RAE). Figuraba en el comité de redacción de prestigiosas publicaciones periódicas y era Doctor honoris causa por las Universidades de Basilea  y Zaragoza. En 1992 organizó en la Universidad de Zúrich el Congreso Internacional de Lingüística y Filología románicas, cuyas actas se publicaron en cinco volúmenes tan solo un año después.

También fuera del ámbito académico Gerold Hilty fue una personalidad preeminente, ya en su función de general de brigada en el ejército suizo, ya como cariñoso esposo y padre de tres hijas.

Gerold Hilty fue, sin duda, un sabio de la vieja escuela, un romanista cuyo mastodóntico curriculum vitae abarcaba la lingüística, la historia de la lengua, la filología, el análisis semántico y buena parte de la historia de la literatura de las lenguas iberorromances e, incluso, la historia de algunos dialectos germánicos suizos. A lo largo de más de medio siglo su legendaria capacidad de trabajo fructificó en  innumerables libros y artículos de capital importancia. Aun cuando la variedad de intereses científicos de Gerold Hilty fue vastísima, es cierto también que, desde muy temprana edad, sintió una especial predilección por una obra medieval que, como ninguna otra, le acompañó durante su vida y le marcó como investigador. Ya siendo estudiante y bajo la influencia de su maestro Arnald Steiger, el joven Hilty se sintió fascinado por la labor cultural de la corte toledana de Alfonso X el Sabio y sus contactos con el mundo árabe. A los 24 años, una beca permitió al joven Hilty pasar un año entero en la Universidad Complutense de Madrid y estudiar con los grandes eruditos de la época, como Ramón Menéndez Pidal, Dámaso Alonso, Rafael Lapesa o Emilio García Gómez. Y allí fue, en la Biblioteca Nacional de Madrid, donde Gerold Hilty encontró el tema de su extraordinaria tesis doctoral, publicada por la Real Academia Española en 1954: el estudio y la edición del ms. alfonsí 3065, que contenía un texto astronómico traducido en Toledo del árabe al castellano en 1254 y conocido como Libro conplido en los iudizios de las estrellas. Este texto astronómico procedente de la corte alfonsí, su contexto cultural, la labor de la escuela de traductores de Toledo, la composición, las técnicas de trabajo y el estudio de otras versiones determinaron, como un leitmotiv, la vida científica de Gerold Hilty. La introducción a la edición del Libro conplido, con sus magistrales reflexiones sobre la transición del castellano de dialecto a lengua científica y literaria, sigue siendo -más de sesenta años después– lectura obligada para cualquier joven hispanomedievalista. Durante las décadas siguientes, Gerold Hilty siguió estudiando de su querido Libro conplido aspectos tan importantes como el autor árabe,  el traductor español, la técnica de traducción, la lengua de la versión española, la traducción judeo-portuguesa, la irradiación de la versión española hacia Cataluña, las dos traducciones latinas, etc. Aun cuando el manuscrito 3065 solo contenía cinco de las ocho partes del original árabe, gracias a la versión judeo-portuguesa Hilty supo pronto que el traductor judío de 1254 había vertido al castellano el libro en su integridad, pero, por desgracia, las partes 6 a 8 no se habían conservado. Sin embargo, años más tarde se descubrieron –en Valladolid y Segovia– dos códices que transmitían la versión castellana de las partes 5, 6 y 8 del Libro conplido. Con ocasión del X Congreso Internacional de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, celebrado en 2003 en Alicante, Gerold Hilty dio a conocer, a los 76 años de edad, su proyecto de completar su tesis doctoral con la colaboración de Luis Miguel Vicente García. Dos años más tarde, en 2005, el Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo de Zaragoza publicó las partes del Libro conplido que faltaban en la edición de 1954 (y la parte siete a través de la versión judeo-portuguesa). Y el día que Gerold Hilty falleció quedaba en su escritorio la versión definitiva de un artículo inédito titulado "Despedida del Libro conplido", que empieza con esta frase: "Este es el último estudio que dedico al Libro conplido". Se publicó póstumamente en el número 73 de la revista Vox Romanica.

Para nosotros Gerold Hilty es y seguirá siendo siempre "don Geraldo", porque tal es el cariñoso apelativo con el que le solíamos tratar sus estudiantes más allegados, especialmente cuando la convivencia se estrechaba a raíz de los ya míticos viajes de estudios a España,  viajes cidianos, viajes berceanos con lecturas en el propio San Millán de Suso, etc. Como hombre de ciencia, pero también como amigo, Gerold Hilty ha sido siempre un ejemplo. En él había un mecanismo natural –su carácter afable y divertido–, que sorprendentemente conseguía eliminar la distancia que a cualquiera imponía la magnitud de su curriculum. Era una persona sencilla, de sonrisa fácil, con un gran sentido del humor, que irradiaba simpatía y lograba, enseguida, que uno se sintiese cómodo a su lado. Por eso siempre conectaba no solo con la gente de su edad sino también –y particularmente– con las generaciones más jóvenes, entre las que deja también grandes amigos y discípulos.

Una de las máximas virtudes de Gerold Hilty fue la lealtad, dentro y fuera de la academia, en los buenos y en los malos momentos. Una lealtad que a menudo se tradujo en una enorme capacidad para escuchar y para aconsejar pensando siempre en el otro, sabiendo incluso ser crítico, lealmente crítico. Como maestro, nos enseñó, entre otras muchas valiosas lecciones, que la ciencia, filológica o no, es una labor diaria que hay que abordar con honestidad, porque en ella cualquier verdad es relativa y siempre superable en etapas posteriores. Aun cuando fue revisada por él la compilación de sus artículos de orientación hispánica que, por sus 80 años, le dedicamos sus alumnos, el lector podrá advertir como en algunos de ellos Hilty expone conclusiones de las que luego se retracta en otros de factura más reciente (véase Íva·l con la edat el coraçón creçiendo. Estudios escogidos sobre problemas de lengua y literatura hispánicas, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2007). Y es que ese compendio de estudios viene a ser, en cierta medida, el diario de a bordo de un científico brillante, pero además honesto y humilde: es el relato de un camino largo en el que, como en la vida misma, a veces hubo que desandar parte del trecho recorrido (muy pocas, la verdad sea dicha). Y de ello, tanto como de los logros, él quiso expresamente dar testimonio. Por lealtad a la ciencia. Una lealtad que siempre nos infundió los mejores ánimos a todos los que nos dedicamos a este hermoso oficio, en el que, como él nos enseñó, nunca se tiene la última palabra, pero sí la íntima voluntad de acercarse lo más posible a ella. Cada día.

Cuando pensamos en nuestro maestro, la única imagen que nos viene a la cabeza es la de un río: un río largo, de gran caudal, que pasa por muchas tierras diferentes, y en todas es generoso y mima y riega las orillas, y hace verdecer los campos. Es esa profunda huella, científica y humana, la que logra consolarnos de la irreparable pérdida de Gerold Hilty, nuestro querido maestro y amigo, pues, a través de su acción benéfica y fecunda, sigue y seguirá siempre entre nosotros.

Itzíar López Guil / Enzo Franchini